La recuperación me transformó

Submitted on Apr 8, 2024 by  Healing Hope

Como parte de una colaboración con Christie's Place, organización asociada de largo tiempo, The Well Project compartirá historias de su libro "Healing Hope: A woven tapestry of strength and solace" como entradas de blog en nuestra plataforma Una Chica Como Yo. Los puntos de vista y opiniones expresados ​​en este proyecto son de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista o posiciones de The Well Project.


**Advertencia de contenido** Este entrada analiza la violencia, incluida la violencia de pareja íntima, así como el suicidio. (recursos disponibles al final de esta página)

Si se siente amenazada ahora, llame al 911 o a la línea nacional sobre violencia doméstica en los EE.UU. al 800-799-SAFE [1-800-799-7233; o 1-800-787-3224 (TTY, teléfono de texto)]. Puede buscar un refugio seguro en la página web Domestic Shelters (https://www.domesticshelters.org/).

 

por Amanda
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Colorida ilustración de dos mujeres abrazándose, rodeadas de flores.

Ilustración por Lena Gacek

Hola, mi nombre es Amanda, tengo 33 años y soy madre de tres. Siempre me gusta empezar mi historia desde cuando era joven. Me trajeron a este mundo dos niños, mi madre tenía 14 años y mi papá 18. Poco después de que nací, los dos se volvieron adictos y no sabían cómo criar a una hija. Entonces, puedes imaginar cómo comenzó mi vida. Mi abuela asumió la responsabilidad de criarme. Cuando ella falleció cuando yo tenía 6 años, fue como perder a mi mamá. Después de eso, mi vida consistió en ir de un hogar a otro, de un lugar a otro, de una familia a otra, debido a que mi mamá entraba y salía de la cárcel. A los ocho años me separaron de mis hermanos. Ellos fueron con mi tía y mi tío, y yo fui con mi papá y mi nueva madrastra. Fue entonces cuando comenzó mi verdadero trauma. Perdí la única seguridad que tenía cuando nos separaron. Me sentí tan sola y perdida. Me devolvieron con mi mamá alrededor de los 12 años y vivimos en una pensión para casas rodantes en una de las peores partes de la ciudad, que es donde comencé a experimentar con las drogas cuando iba a octavo grado.

A la edad de 13 años, me atraparon faltando a la escuela sin permiso y, en noveno grado, me la pasaba en el salón para alumnos suspendidos que había en la escuela. Estaba tan fuera de control al final del noveno grado que mi madre sintió que era mejor enviarme a vivir con mi tía. Aunque la casa de mi tía fue la primera sensación de hogar familiar que tuve, no podía dejar de andar en drogas. A los 14 años comencé a acumular cargos por escaparme de casa y por robo y terminé en un centro de detención juvenil.

Cuando me liberaron del centro de detención juvenil, me dijeron que tenía que quedarme con mi tía y mi tío en Tennessee (donde vivían mi hermano y mi hermana). Mi mente estaba tan concentrada en las drogas y los malos amigos que solo podía pensar en huir. Inmediatamente salí, violé mi libertad condicional y me dediqué a andar huyendo. Fue una carrera larga y muy cansada, y después de pensar en ir a buscar a mi mamá o simplemente acabar con mi vida, supe a dónde tenía que ir.

En ese entonces, mi mamá estaba en Tijuana, México. Pensaba que ella era todo lo que necesitaba para ser mejor, así que encontré los medios para llegar ahí a los 15. Pasé el resto de mi adolescencia y principios de mis años 20 en Tijuana (esa es una historia para otro día).

Cuando estuve ahí, uno de mis primeros novios fue un notorio traficante de heroína, así que estuve expuesta a esa vida desde muy temprano. Me tocaba ver a la gente progresivamente destruirse con la heroína, así que decidí no fletarme heroína y me quedé con lo que pensé que era una “mejor droga”, la metanfetamina. Esta relación terminó muy mal. La policía lo golpeó y le aplastó la cabeza contra el cordón de la banqueta y quedó sin función cerebral. Aun así, eso no fue suficiente para abrirme los ojos. Seguí usando y terminé entrando y saliendo de relaciones con personas peligrosas y, para cuando cumplí 18 años, fui a la prisión de Tijuana.

Fui a prisión por robo vehicular. Cuando estuve allí, fue la primera vez que experimenté estar sobria desde que comencé a consumir. La claridad mental que experimenté fue algo más allá que cualquier cosa que puedo explicar. El hecho de que construí relaciones con mujeres realmente significó algo para mí. Quería poder mantener eso cuando saliera de la cárcel, pero no sabía cómo porque no sabía cómo vivir la vida de la manera correcta fuera de la cárcel. Cuando me dijeron que me tenía que ir, lloré. Tuve un colapso total. Decía cosas como, “¡No dejen que me vaya, por favor!” Yo no quería irme. Hice una pataleta y les dije que me acusaran de lo que necesitaran para enjuiciarme porque no quería ir a vivir la vida que vivía antes.

Desafortunadamente, esa no era la realidad de la situación, así que terminé saliendo de la cárcel y volviendo con el tipo con el que estaba antes de que me encerraran. Estuve con él unas semanas. Él había vuelto al mismo estilo de vida de ladrón, y traté de mantenerme alejada de las drogas, pero eso no duró mucho. Justo cuando reuní el valor para dejarlo, se lo llevaron a la cárcel. Salté a una relación aún peor con otra persona que era extremadamente abusiva conmigo.

Me golpeaba por cualquier motivo hasta el punto de romperme las costillas y mandarme al hospital varias veces. Él me aterrorizaba. Si mis amigos preguntaban, nunca admitía que él me lastimaba. Intenté dejarlo una vez después de que asesinó a mi perro. Sobreviví siendo bailarina, pero junto con el baile vinieron muchas más drogas y alcohol que me enfermaron mucho. Cuando acabé en el hospital, él lo vio como una oportunidad para venirse a vivir conmigo otra vez. Yo siempre me veía bien por fuera, pero por dentro estaba pidiendo ayuda a los gritos. Él terminó yendo a la cárcel durante aproximadamente un año, que fue lo mejor que me pudo haber pasado. Terminé la relación con él y luego entré en otra relación. Las drogas seguían llegando constantemente.

En la siguiente relación, el nivel de delitos cometidos cambió y las drogas fueron aún más accesibles. Luego descubrí que estaba embarazada. Cualquiera pensaría que con mi embarazo dejé de consumir, pero no lo hice porque, como dije antes, definitivamente era de fácil acceso y era parte de mi vida diaria. Terminé perdiendo este embarazo por un horrible aborto espontáneo, pero terminé embarazada inmediatamente después, en cuestión de semanas. Intenté dejar las drogas, pero de plano, no pude. No sabía cómo vivir sin ellas, así que continué usándolas durante todo mi embarazo, a pesar de haber pasado hacía poco por un aborto espontáneo.

Le dije exactamente lo que estaba pasando. Le dije que necesitaba ayuda, que estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para recuperar a mi bebé.

Tuve a mi bebé en México. Me dijeron que cruzara la frontera, pero luego tuvieron que hacer una cesárea de emergencia, así que terminó naciendo allá. No lo registré como ciudadano y me quedé en lugar de cruzar la frontera. Era demasiado difícil cruzar la frontera porque no tenía adónde ir. Poco después, terminé quedando embarazada de nuevo y en mi segundo embarazo me esforcé más que en el primero para no consumir drogas.

La familia del padre de mi bebé me puso en un apartamento y me mantuve sin consumir mientras el papá de mi bebé estaba en rehabilitación. Después de unos meses sin drogas, terminé consumiendo y eso me puso en trabajo de parto. En ese momento, supe que necesitaba algo por lo que luchar o de lo contrario terminaría destruyendo mi vida y la vida de mis hijos. Entonces, decidí cruzar la frontera y tener a mi hija en los Estados Unidos. Dejé a mi hijo con sus abuelos en México. Crucé la frontera sabiendo que me iban a quitar a mi bebé, que fue exactamente lo que pasó. La tuve, y luego, como no tenía atención prenatal y no tenía antecedentes de haber sido atendida por un médico durante el embarazo, siguieron adelante y nos hicieron pruebas de drogas a la bebé y a mí.

Ella dio positivo por drogas y, como era de esperar, la sacaron de mi custodia de inmediato y la colocaron en un hogar de acogida. Eso me dio una razón para luchar. Mientras estaba en el hospital, una trabajadora social vino a hablar conmigo. Negué haber usado drogas porque tenía miedo. Pasaron veinticuatro horas, la llamé y le dije que necesitaba contarle mi historia. Ella entró y le dije exactamente lo que estaba pasando. Le dije que necesitaba ayuda, que estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para recuperar a mi bebé. Ella me recomendó que ingresara en un programa residencial.

Temporalmente, me colocaron en un entorno ambulatorio y cruzaba ida y vuelta a los Estados Unidos a diario. ¡ERA MUY DURO! Simplemente no me funcionaba. Le dije a un consejero que tenía que ingresar al residencial de inmediato, y eso fue lo que sucedió.

Fui a un centro de rehabilitación residencial y estuve allí nueve meses. ¡Estaba armando mi vida! Vería a mi bebé según las instrucciones de las visitas supervisadas y, con el tiempo, también los fines de semana. No pude ver a mi hijo mayor porque estaba en México con sus abuelos. Sin embargo, cada dos fines de semana iba a México a verlo. Sabía que estaba bien y bien cuidado.

Hacia el final de mi estadía, cuando estaba a punto de graduarme del programa y estaba bien, recibí una llamada telefónica de que el papá de mi bebé se había suicidado. Estaba devastada, sentí como si mi mundo había dejado de girar.

Hago hincapié en esos últimos seis meses porque fueron estos últimos seis meses los que cambiaron por completo mi vida, mientras estaba en esa rehabilitación y cuando recibí esa llamada telefónica. Fui a su funeral, pero luego regresé porque sabía que ese no era el final de mi lucha. Tenía fuerzas suficientes para volver a la rehabilitación, no me iba a rendir antes de recuperar a mi bebé. Regresé y me gradué de la rehabilitación con el corazón roto.

Cuando salí, después de unos meses, fui a que me pusieran en un método anticonceptivo. En ese lugar me ofrecieron las pruebas de enfermedades de transmisión sexual y resultó positivo para VIH. Entonces, no solo perdí al papá de mi bebé, sino que también me diagnosticaron VIH. Inmediatamente llamé a los familiares de mis hijos y pedí que llevaran a mi hijo a hacerse la prueba. También llamé a Child Protective Services (CPS) para que llevaran a mi hija y le hicieran la prueba. La de mi hija salió negativo, mi hijo salió positivo. Cuando recibí esa notificación de que él era positivo, honestamente sentí que era el fin del mundo. Sentí que para mí estaba bien si me estaba muriendo, pero no estaba bien si mi bebé se estaba muriendo. Poco después de descubrir esto, también descubrí que estaba embarazada. ¿Acaso podría mi mundo volverse más difícil?

Inmediatamente, entré y me convertí en parte de una organización llamada Programa para Madre, Niño y Adolescente. Me educaron sobre el VIH y me dijeron que no era una sentencia de muerte (como pensaba) y que no iba a morir. Tuve y todavía tengo un administrador de casos increíble que organizó a los médicos e involucró al Consulado de los Estados Unidos para que mi hijo pudiera cruzar la frontera y comenzara a recibir tratamiento. Terminó con un tubo de alimentación colocado para sus medicamentos porque cuando le estaba dando medicamentos por vía oral, él se resistía a tomarlos, y no quería traumatizarlo.

Soy una persona increíblemente fuerte. Fue duro, pero lo superé.

Era mucho que asimilar para una madre soltera embarazada y con dos bebés, así que terminé en vida sobria. Llegué a tener mi propio apartamento. ¡Lo estaba haciendo bien! Incluso fui a la escuela de belleza y me gradué. Pero debido a que no participaba en ningún tipo de programa, terminé recayendo y entré en una espiral hacia el fondo. Dejé de tomar mis medicamentos y dejé de cuidar a mis hijos. Una vez más, perdí a mis hijos, mi casa, mi carro y mi salud. Mis médicos intervinieron y llamaron a CPS, que fue la mejor decisión que pudieron haber tomado porque necesitaba que a alguien le importara.

Después de mucha negación y culpa, terminé yendo a rehabilitación por segunda vez. Me he encontrado a mí misma y desde entonces he estado libre de adicciones. He estado en la escuela durante cinco años y estoy siguiendo una carrera en trabajo social. ¡Mis bebés están extremadamente saludables, están creciendo y practican deportes! Ahora trabajo en el campo de la recuperación como consejera. Estoy muy orgullosa de mí misma y de todos mis logros.

Mi vida no podría ser mejor. Solo quiero que cualquier persona que esté leyendo esto sepa que no importan los desafíos que la vida te depare, eres lo suficientemente fuerte como para superarlos, tal como yo lo fui.

Siempre me emociono un poco cuando hablo de esos momentos, pero soy una persona increíblemente fuerte. Fue duro, pero lo superé. En un momento de mi vida, sentí que me llovían muchísimas cosas encima que eran tan difíciles que podían destruir a una persona. Pero lo superé. Y sé que si pude superarlo, hay mil millones de mujeres más que pueden superarlo también.

Ah, y déjame agregar el final perfecto a esta historia: actualmente estoy trabajando en el centro de rehabilitación que me salvó la vida


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