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El día que mi amiga reveló mi estado a mis compañeros de clase

Submitted on Apr 10, 2025 by  @mina

Traducido del inglés | Read this blog in English

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Illustration of young girl holding a bottle of medication.

Sin duda, uno de los peores momentos de mi vida. La amiga en cuestión era mi compañera de clase y también la hija de la amiga de mi difunta hermana mayor. El día que mi difunta hermana me sentó para hablarme de mi enfermedad, su amiga estaba allí, y su hija, que ahora es mi compañera de clase, también. Y cuando mi hermano y yo buscábamos una habitación para rentar, fue su madre quien nos ofreció una unidad libre en su complejo de viviendas. Me alegré porque sabía que estaría al lado de mi amiga. La mudanza se había hecho, estaba aún más cerca de ella, y su madre ya me consideraba su hija. Cabe señalar que nos conocíamos desde 6º grado; nos llevábamos muy bien y nos apoyábamos mutuamente. Pero ya saben, el regreso a clases significa un nuevo salón y nuevos compañeros de clase. El 10º grado marcó el comienzo de mi calvario hasta el último año de preparatoria.

Sí, porque a medida que pasaban los días y los meses, la cercanía que teníamos antes ya no existía. Aunque seguíamos siendo amigas y vecinas del barrio, se hizo amiga de nuevos compañeros y charlaban de todo y de nada. Poco sabía yo que a menudo yo era el tema de su conversación. Un día, encontré a mi amiga charlando con unas compañeras de clase y decidí unirme a ellas. Cuando llegué, sólo vi que mis compañeras se levantaban con pánico para ir a sentarse en la Chaba (último banco). No entendía qué pasaba, y cuando fui a preguntarles qué pasaba, volvieron a evitarme como si tuviera la peste (sin menospreciar a los que padecen esta enfermedad). Me hice mil y una preguntas. Como no estaba muy apegada a ellos, lo dejé pasar y me concentré en mis clases. Al pasar los días, siguieron evitándome, y un tiempo después vino una chica del grupo a decirme: "si te evitamos es porque Mireille (nombre ficticio como ejemplo) nos ha dicho que tienes SIDA y no queremos que nos infectes". ¿Se imaginan mi reacción en ese momento? No, me quedé tan helada tras ese anuncio que me quedé sin palabras. No sabía cómo responder a esta información.

Y ese día, lo único que quería era irme a casa. Hice todo lo que pude para no cruzarme con Mireille ni caminar a casa con ella, como de costumbre, porque la odiaba. Me preguntaba por qué había ido a contarles eso, aunque fuera gente con la que yo no hablaba mucho. ¿Cuál era el motivo?

Me preguntaba qué placer le producía revelarles mi enfermedad.

En cuanto llegué a casa, dejé la mochila y me puse a llorar. Era lo único que podía hacer, porque, incapaz de enfrentarme a Mireille y pedirle explicaciones, acepté el rechazo de mis compañeros todo el año. En el 11º grado, pasó lo mismo; volvió a decirles a algunos de nuestros compañeros que yo estaba enferma. Siempre me había rechazado la gente, así que, acostumbrada a ello, seguí adelante. Pero en mi cabeza me preguntaba qué placer le producía revelarles mi enfermedad a todos. Si no me respetaba, al menos que respetara a mi difunta hermana, quien le había contado de mi enfermedad. Las preguntas atormentaban mi mente y consideré la posibilidad de ir a contárselo a su madre, pero me dije a mi misma que no serviría de nada y no quería que esta situación afectara mi relación con su madre, quien me consideraba su hija. Como decimos en mi país: "Si lo hubiera sabido...".

Yo aguanto los golpes e intento llevar una vida normal. Hasta que una vez fue la gota que derramó el vaso y fui a hablar con su madre sobre el tema, ella se puso inmediatamente de parte de su hija. Era una forma de decir que yo era la que mentía y que su hija no hacía cosas así. Entonces comprendí que, por mucho que pensara de mí, su hija nunca sería la culpable de nuestros desacuerdos. Ya no soportaba su presencia, ni siquiera el hecho de que estuviéramos en el mismo vecindario. Cuanto más la veía, más pensaba en todo lo sucedido. Le escribí a mi hermana para explicarle el problema y me dijo que me fuera a pasar un tiempo con su amiga la tía Melanie (de nuevo un nombre ficticio) para estar lejos de ella y concentrarme en mis estudios.

Me pasé ese tiempo tranquilamente lejos de ella, aunque seguíamos en la misma clase; no compartíamos la misma mesa, así que no era tan difícil. El rechazo de mis compañeros empezaba a disminuir un poco y conseguí terminar el año escolar y pasé los exámenes finales.

Puedo decir que ya no siento el mismo odio que sentía por mi amiga, pero sigo teniendo ese trauma de antes, y cuando recuerdo aquellos tiempos, lloro. Y debido a ese incidente, me cuesta confiar en los demás, especialmente en una chica. Como yo consideraba a mi amiga como una hermana, le contaba todo y nada sobre mi vida, pero la recompensa fue agridulce.

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